viernes, 19 de febrero de 2016

Educación para la Ciudadanía. Democracia, Capitalismo y Estado de Derecho. (2007) Carlos Fernández Liria, Pedro Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero.

Recientemente, Terry Eagleton, un marxista inglés muy perspicaz, ha insistido con mucha razón en que, hoy día, hace falta ser muy radical y extremista para defender el capitalismo. En comparación, el comunismo parece más bien cosa de gente sensata y moderada. Ya no se trata de buscar el paraíso o la utopía, a fuerza de acelerar insensatamente las fuerzas de la historia. La mayor fuerza histórica es, precisamente, el capitalismo, y ya se encarga él de acelerarlo todo. Lo que reclama el comunismo es un poco de tranquilidad: lo que reclama es que se nos permita parar. El capitalismo no puede detenerse: para no quebrar mañana, necesita producir al máximo hoy. El crecimiento económico es una imposición de la economía capitalista y para potenciarlo no se repara en medios humanos y ecológicos. La humanidad se encuentra así embarcada en un ritmo productivo criminal y suicida. Criminal, porque para preservar su crecimiento económico las grandes potencias no han dudado en explotar países, esquilmar continentes, colonizar pueblos, asfixiar economías independientes, hasta convertir este planeta en esa especie de Tercer Mundo internacional en el que nos encontramos. Y suicida, porque hasta un niño sabría sacar las cuentas del desastre. Sabemos que, actualmente, el planeta corre ya grave peligro ecológico. Sin embargo, los que vivimos "a nivel europeo" somos, apenas, un veinte por ciento de la humanidad, un veinte por ciento que consume el ochenta por ciento de los recursos gastados en el planeta. Hay 2.000 millones de personas viviendo en la extrema pobreza. Llevamos más de cincuenta años considerando que el Tercer Mundo en general está "en vías de desarrollo". Aunque, en realidad, no hacía falta más que haber sumado dos y dos para haber descubierto ya hace mucho que esto no podía ser más que un chiste de mal gusto. Si el restante ochenta por ciento de la población mundial se "desarrollara" hasta alcanzar niveles de producción y consumo cercanos al europeo, es fácil imaginar lo que sería del planeta y todos sus habitantes. 

Este "desarrollo" europeo es, pues, como vemos, una de esas cosas incompatibles con la forma de ley. En efecto, se trata de algo que es imposible querer que se produzca en condiciones tales que cualquier otro pueda, si quiere, hacer lo mismo. El planeta, sencillamente, no da de sí lo suficiente para que cualquier otro pueda explotar recursos naturales y mantener el nivel de despilfarro de los países "desarrollados". 

La objeción definitiva contra el capitalismo es que se trata de un modo de producción que no puede detenerse, que no puede, ni siquiera, aflojar la marcha, buscar un ritmo sostenible de producción. Es esto lo que convierte al socialismo y al comunismo en la única solución posible para la humanidad. La propaganda occidental manejó siempre el tópico de que las economías socialistas no eran competitivas y consideró esto una gran objeción contra el comunismo. Ahora las cosas están más claras: lo bueno que tiene el comunismo es, precisamente, que no tiene por qué ser competitivo. Que no tiene por qué exprimir todas las fuerzas de la humanidad en un ritmo productivo vertiginoso y suicida. El comunismo puede permitirse el crecimiento cero, incluso el crecimiento negativo. Puede permitirse, también, reducir la jornada laboral en la misma proporción que la tecnología y la maquinaria aumentan la productividad. Ganar tiempo, por tanto, para el ocio, para la política, el arte, el descanso y el sexo. En este sentido, el socialista francés Paul Lafargue -yerno de Marx- se refería al comunismo como el ejercicio del derecho a la pereza que asiste a la humanidad.

Así pues, los comunistas no son revolucionarios porque quieran revolucionarlo todo. Son revolucionarios en el plano de la economía, porque quieren poner fuera de juego una economía demencial y absurda, una economía revolucionaria que no es capaz de dejar al hombre un minuto de tranquilidad. Lo que ocurre es que para poner fuera de juego al capitalismo hace falta, sin duda, una revolución, pues los capitalistas no se dejan arrancar sin violencia sus privilegios. Pero eso no debe confundirnos: los revolucionarios, los partidarios de la revolución permanente son ellos, no los comunistas. Como dice Eagleton, los comunistas son gente moderada y sensata que pide cosas que, después de todo, son muy de sentido común; no es nada descabellado, por ejemplo, exigir que todo el mundo tenga agua potable y comida suficiente. Por el contrario, hace falta realmente ser muy extremista y muy radical para defender un sistema capitalista global en el que resulta normal que el jugador de baloncesto Michael Jordan llegara a cobrar por anunciar las zapatillas Nike más dinero del que se había empleado en el pago de salarios en todo el complejo industrial del sureste asiático que las fabrica.

Pues bien: contra lo que pretenden las doctrinas neoliberales, esta revolución permanente a la que el capitalismo somete a la humanidad es el mayor enemigo de la ciudadanía. El capitalismo es el nuevo Cronos, mucho más insaciable y temible que el anterior, porque camina incluso hacia su propia destrucción.

Qué te importan todos los demás - Violadores del Verso

¿A quién coño prohibís? ¿Quién coño sois para prohibir? La ley va en contra del hombre, el hombre debe decidir.

Mamá naturaleza dijo "coge lo que quieras pero nada es tuyo, hijo" y tú dibujaste fronteras. Negaste al hombre una tierra que no es tuya, pero ya te enterarás cuando el odio sustituya a la tristeza que nos une.

Desde el túnel, desde aquí, los que no aspiran a nada. Y esto está inspirado en ti, hijo de puta.